El hermano Carnought trató de incorporarse, pero le fue imposible, su brazo estaba por completo desecho. Aterrado vio como una sombra inmensa se posaba sobre él y un firme pie descendió sobre su rodilla triturándola cabalmente y haciéndole sentir un terrible dolor. El hermano Carnought pegó un desesperado alarido que retumbó por toda la secreta Catedral de las ánimas mártires. –Puedo ver con gozo que después de todos estos siglos aún puedes experimentar dolor.- La figura tomó al hermano Carnought por la cabeza y lo alzó con fuerza sobrenatural sobre el piso. La respiración de Carnought era trabajosa y una espesa sangre negruzca y podrida comenzó a gotear por la manga de la túnica. Con mucho trabajo al fin pudo articulare con una vos rasposa y casi imperceptible: -por favor mátame, líbrame del sufrimiento, te he servido ya por mucho tiempo, jamás te he contradicho; solo mátame- La figura, que también llevaba una túnica, alzó un brazo y mostró una mano humana, un anillo con un rubí alucinadamente escarlata la coronaba, y sostenía una daga de plata con el grabado de tres colmillos en la hoja. La figura blandió la daga sobre el cuello del hermano Carnought y más de esa espesa sangre broto de él, tenía un olor fétido, no como el de un animal muerto, peor el aroma era tan repugnante que ningún ser humano lo soportaría y lo más probable es que muriese vomitando sus propias entrañas si alguien llegase a olerlo. Sin embargo el hermano Carnought no murió por aquel acto infame. La figura lo arrojo lejos de sí y se fue a estrellar en el Cristo de la horrible mueca que aderezaba el altar. El hermano sin fuerzas cayó al piso y sentía, desesperado, como el dolor en lugar de disminuir con aquella herida mortal aumentaba. <muchos atormentados esperan que que la muerte les de descanso, pareciera que los heridos de muerte no sufren más; lejos de ello experimentan una gradual pérdida de sus fuerzas y terminan por morir como si entrasen en un profundo sueño> Sin embargo el hermano Carnought se sentía con aún más conciencia de su propio infortunio. -¡Idiota! Sabes bien que no te permitiré morir hasta que tu sufrimiento me de un profundo deleite. Cada mueca desesperada, cada contorción de sufrimiento que tú, asquerosa piltrafa, experimentas me llena de goce. No tienes idea de lo mucho que te repugno.¡Imbécil!, te aseguro que jamás haría algo que pudiera desencadenar en el menor de tus reposos. Mi mayor alegría es verte sufrir desesperado; verte sufrir hasta repudiar tu asquerosa humanidad; que todo tu cuerpo se reduzca a estiércol vomitivo; que se corrompa hasta el punto sin retorno en que Él ya no pueda hacer nada por ti miserable. Solo entonces te dejaré morir- Habiéndole dicho eso, comenzó a descargar sobre el hermano Carnought una terrible lluvia de golpes y puñaladas por todo el cuerpo. Pese a tener la garganta cercenada el pobre daba terribles gritos roncos, más parecidos a los de un animal que a los de un ser humano. -¿Qué te pasa cerdo?-, y le pateo la cara de tal forma que la mitad de sus dientes se le desprendieron formando un pútrido cuajo que resbaló por su quijada. -¿Por qué ya no imploras piedad? A ya veo, tienes cercenadas las cuerdas bucales. Mira si puedes decir que te deje en paz no volveré a molestarte- El hermano Carnought desesperado trató de hablar, pero en su lugar solo le salían espantosos bufidos y la herida en su cuello vibraba como una membrana y no dejaba de emanar pus. -¿Quieres que te mate verdad?- El hermano Carnought asentía rápidamente con la cabeza. -La única manera de que mueras es si te arrepientes, pero no creas que morirte te salvara, tu cuerpo esta tan corrompido que no eres más un ser humano. Él los hiso a su imagen y semejanza, y mira lo que tú hiciste con su imagen, jamás te lo perdonara. Además tu alma ya se ha envilecido demasiado. Él les concede gracia a los hombres que se arrepienten de corazón antes de morir, pero tu alma esta tan envilecida que Él ni te mirara a la cara, le darás asco. Además mira esta piltrafa, ni siquiera es un cuerpo de hombre. Morirás cuando te arrepientas y cuando lo hagas caerás en las manos del Gran Maestro. No te confundas; pese a que hiciste mucho mal en la tierra; pese a que vejaste a tantos hombres, criaturas que el aborrece, te odia. Cuando te ponga una mano encima lo lamentarás y si los tormentos que yo te provoco te causan sufrimiento los de él serán en absoluto indescriptibles. Su maldad no tiene límites, se escapa de toda comprensión humana y el te tendrá y será peor para ti porque conservarás tu vejado cuerpo cuando estés en su presencia y como ya estarás arrepentido tu sufrimiento espiritual será mucho peor que el físico. ¿Te das cuenta de lo que te espera? Jajaja ya ansío que estés frente al Maestro y sufras. Te odia porque tú puedes hacer lo que te place en la tierra, mientras él no puede salir de su vil confinamiento. Cada instante que vives, cada respiración tuya le ofende y cuando te tenga sufrirás. No te preocupes estúpido, te daré el gusto de saber lo que te espera.- Y dicho eso redoblo sus esfuerzos en la paliza le arrancó de tajo uno de los brazos y lo arrojó. El dolor del hermano Carnought era indescriptible, miró el rostro del Cristo en la cruz y por un instante sintió que la horrible mueca de horror infrahumano se torno en un gesto de compasión –Él me perdonará- pensó y miro tiernamente a aquel rostro. Su verdugo pareció darse cuenta y de un golpe lo lanzó hasta el centro de la Catedral -¡Necio imbécil! ya te lo dije, le repugnas. Él jamás podrá ayudarte, morirás en tu podredumbre y tu alma se perderá para siempre. Ese es tu destino, maldito. Y como veo que los castigos físicos que te causo no te hacen sufrir tanto como me gustaría te daré un don extra: La visión infernal. Ningún hombre la soporta, un solo segundo de ella y perderás la razón para siempre. Tu débil alma no lo podrá tolerar. Tal vez así te arrepientas de una vez por todas y veas al maestro, ¡Te torturará para siempre!- y empezó a tomar girones de la carne de Carnought y a devorárselos, su sangre era asquerosa pero su carne peor aún. Ni el cadáver más abandonado, ni los despojos leprosos dejados a su suerte en el más vil de los estercoleros de la tierra tendría esa asquerosa textura, era inexplicable que un cuerpo tan decrépito, tan corrupto pudiera albergar aún la vida y si era así la calidad de esta sería ínfima. El terrible verdugo devoró esa carne tan vil y su asco fue inmediato, arrojó un espeso vómito sobre sus manos. El vómito, de un color pardusco, estaba tibio y formaba un desfile de espesas burbujas pestilentes, lo tomó y lo embarró en los ojos del hermano Carnought. Este intentó cerrarlos pero no pudo; la sustancia penetró en sus cuencas infectándolas de inmediato. Los ojos del hermano Carnought tal ves eran la única parte de humano que le quedaba, aún eran de un hermoso azul, pero al contacto de el asqueroso coctel se volvieron rojos de inmediato y se infectaron rápidamente creando muchas pequeñas venas capilares que estallaban llenando su rostro de sangre. Apenas recibió la sustancia y gritó aterrado. Su grito, tal vez el más espantoso en la vida de alguien acostumbrado a mugir ruidos terribles, atronó rompiendo los cristales de los vitrales y no era para menos: aquella sustancia le había permitido el don más tenebroso que jamás se le haya mostrado al hombre: La visión del infierno. Ahí ocurrían tormentos, tanto espirituales como físicos, indecibles. La mente del hombre no alcanzaría para describirlos. -¡Disfrútalo cerdo! porque eso es lo que te espera dentro de poco. – El hermano Carnought movía la cabeza negándolo muy rápido, convulsivamente. Sus ojos estaban muy abiertos y desorbitados, mugía como bestia y su boca se llenaba con su asquerosa sangre. –Muy bien, déjame decirte una confesión final. Se trata de tu querida madre, la única persona que ha sido buena alguna vez contigo. Ella esta ahí y es por tu causa. Quiso atenuar tu condena con su propia alma. Pero eso no sirvió más que para perderla, porque tu condena es infinita y ahora ¡La de ella también!- Y ante la vista del hermano Carnought apareció una mujer con el cuerpo lleno de llagas que manaban pus; su rostro había contraído una expresión de bestia vil, como si a un engendro asqueroso y mal nacido se le abandonase meses en el desierto. Aquel rostro, en otro tiempo hermoso y de proporciones inteligentes, estaba vejado terriblemente; la mujer, completamente desnuda, llena de pudor trataba de ocultar sus senos pero entre varios demonios la sujetaba, por más que intentaba no podía apartar su sexo y era violada por las terribles gárgolas, eran docenas, todas querían participar en la espantosa orgía y las que no ganaban espacio para hacerlo, mordían a su pobre víctima con indecible crueldad y otras la violaban por las llagas que sus compañeras habían abierto a mordidas. La imagen era terrible, y acongojó el corazón del hermano Carnought. Al ver a su pobre y buena madre sufrir tan indecibles tormentos y al saber que había sido por su causa se arrepintió de corazón. Una terrible conmoción se apoderó de él de sobresalto, como quien acaba de descubrir su destino, o como el criminal que acaba de recibir su condena. Entonces sus ojos se limpiaron de la sustancia vil y al recuperar la vista pudo ver la cara de compasión del Cristo, sufría con él incluso cargaba con su sufrimiento. Su terrible captor lo miró burlonamente. Ya es muy tarde, Él ya no puede ayudarte, y te juro que eso quiere pero no, tu mismo te has perdido hasta este extremo, Él solo puede perdonar a los hombres pero tú hace tiempo que ya no lo eres: nacido hombre te rebajaste a demonio. Ahora sufre las consecuencias de tu propia perdición y dime -¿Valió la pena, los incansables placeres que te regale?, ¿valieron tanto sufrimiento? jajaja gozo tu arrepentimiento, maldito. Ahora si comenzará tu verdadero sufrimiento. El hermano Carnought estaba sumamente acongojado, su vista pronto comenzó a nublarse, esta ves lentamente, y la visión de la catedral se fue atenuando para dar paso de nuevo a la infernal. El hermano estaba condenado, se arrepentía de corazón, pero no pudo salvarse, su naturaleza lo perdió para siempre; quiso llorar pero le ardían los ojos, ¡estaba tan cansado!, sin embargo jamás podría descansar. Si tan solo fuera hombre alcanzaría la indulgencia, pero para un demonio ese don estaba negado, mientras moría como último acto de compasión vio el cielo. Se perdería para siempre de aquel tesoro, en ese instante fugas reconfortó su alma y lentamente sucedió la visión del inferno, los eternos tormentos le esperaban. Pero él los recibiría con gusto. Lentamente se fue desvaneciendo y de sus ojos brotó la última humanidad que conservaba. <Pese a que el hermano Carnoght era ya un demonio, sus ojos se humedecieron: resbalaron, en unas cuantas espesas gotas, un par de lágrimas negras. Su verdugo tomo esas lágrimas y las encerró en un pequeño frasco hecho en expreso para este propósito. Al ver las pequeñas lágrimas, espesas como veneno, aquel misterioso ser sonrió; su expresión era de júbilo había cumplido su cometido. Esas pequeñas lágrimas contenían siglos de espera: había vejado pacientemente, como quien fermenta el vino en su cava, el cuerpo y el alma de Carnought, compartiendo su preciosa inmortalidad con él con tal de obtener aquel tesoro. En las lágrimas estaba contenida la esencia de la corrupción del hombre, representada por la vejación del hermano Carnought. Sin duda ese sería el más magnifico ataque contra el género humano jamás perpetrado: la corrupción del templo; la vejación del cuerpo. Muy pronto aquel ser vil dejaría correr libremente esa sustancia tan dañina y se corrompería el organismo de millares de personas al punto de amenazar la población mundial. Además, todo aquel que muriese por esa causa jamás podría tener salvación, pues dejarían de ser hombres tal como el hermano Carnought y Él no podría salvarlos. Fue así como en la tierra apareció el más terrible mal jamás conocido, y que atormentó a la humanidad por tanto tiempo: la peste negra.
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