Capitulo IV: El Santo Secreto II


La lluvia colmó con su suave rumor apaciguante la atmósfera, esta solo se interrumpía por los inquietantes truenos que violentamente incendiaban el cielo. Dupound arrodillado sobre una ermita en ruinas ofrecía su espada al cristo en el altar. Se trataba del secreto templo de los caballeros de Cristo, una iglesia tan antigua como el hombre, sagrada en varias épocas y más sagrada aún en la actualidad, ya en ruinas dejaba colar refrescantes chorros por las incontables goteras del techo, pero su atmósfera sacra aún inspiraba a los valientes que en ella se arrodillaba. Su secreta ubicación solo era conocida por unos cuantos privilegiados. Como dictaba la costumbre, antes de ir a una campaña peligrosa y probablemente sin retorno, los caballeros oraban por tres días en ella. El moño violeta de Dupound sostenía una larga y abundante cabellera que le escurría elegantemente sobre la espalda, la inmensa capa de terciopelo rojo atada a sus hombros se extendía por más de diez metros hasta la entrada. Los quince escuderos de Dupound se resguardaban de la glacial lluvia en el potrero de la ermita que estaba tan cerca que Dupound podía escuchar las intermitentes coses de los caballos. El rumor de la lluvia y su confortante soledad lo orillaron a pensar en las palabras del Santo Padre -¡El mal existe!- le había dicho durante su secreta conferencia, -Por muchos años lo hemos rastreado, al principió pensamos que no eran más que leyendas, pero la bestia, que se arrastraba desde el comienzo de los tiempos, ahora anda en sus dos piernas y se hace fuerte-, Dupoun escuchaba confuso el relato sin poder atinar si el Papa hablaba metafóricamente, el Santo Padre pareció entender su confusión y rió misericordiosamente. –Si hijo, quiero dejarle algo al mundo ya que le he quitado tanto. Tu misión será terrible, debes buscar al mal y destruirlo. ¡Solo tú, el más puro de mis caballeros puede hacerlo! él es poderoso hijo, y puede tentar al hombre. Su cabeza es milenaria, ha existido siempre.- Dupound no se atrevía a alzar los ojos y continuaba sin entender aquello, pero aceptaba humildemente lo que le decían y naturalmente se disponía a cumplir su misión cualquiera que esta fuese. –La sangre de Caín se regó por el mundo, y el mal se debilitó durante siglos, se dispersó por la humanidad y en varias ocasiones fue erradicado, pero siempre encontraba el camino para reaparecer. Su reino, es de este mundo, es del hombre. Su religión, la codicia, se ha practicado siempre, él es ya un viejo conocido de la humanidad, por su culpa el hombre perdió la inmortalidad, pero esto no le resulta suficiente, nos odia porque odia a nuestro Padre, siente repudió de que Él nos ame y por eso siempre intentará destruirnos- Aquello se asemejaba a la doctrina que Dupound había recibido desde niño, se limitaba a escuchar y asentir de vez en cuando con la cabeza. –El mal etéreo puede tornarse tangible, pues conoce al hombre, y cuando concentra su vileza puede manifestarse. Cada vez es más fuerte, no estamos muy bien informados pero sabemos que existe y que un día destruirá a la humanidad, eso esta escrito desde el comienzo de los tiempos. ¡Pero Dios es grande! y el amor por sus hijos no conoce límite, nos ha dado armas para combatirlo: tenemos la fe y el amor, cosas grandes y poderosas, son nuestra herencia del cielo; en cambio él no las conoce y esa será su perdición, pero también hay armas físicas y materiales que solo aparecen cuando el mal también lo hace y si te he llamado es porque tengo la certeza de que ha llegado el tiempo que temíamos.- Después el Papa condujo a Dupound por una serie intrincada de pasajes ocultos, en algunos se veían figuras de santos con cara triste y macilenta, en otra había una representación muy vívida de los demonios siendo expulsados San Miguel y sus huestes de ángeles, en otras cámaras se veían figuras de reyes Cristianos y así pasaban galerías y galerías de pesadas puertas que solo podían abrirse por el anillo del pescador casi de manera mágica cuando el Santo Padre lo deslizaba sobre las cerraduras. Llegaron hasta una oscura galería que solo estaba iluminada al centro, era de forma circular, sería imposible medir su longitud o su decorado porque estaba cubierta por la absoluta sombra, pero al centro bañada directamente por la luz de día se encontraba un exquisito cofre posado sobre una alfombra roja ricamente bordada al parecer a un estilo griego con flores muy geométricas. El Santo Padre se arrodilló y Dupound lo imitó inmediatamente, luego se acercó al cofre y extrajo una llave de su pecho para abrirlo. -¡Esta es una de las reliquias más sagradas del Cristianismo!, su sola existencia es un don entregado a la humanidad- Al abrir el cofre la luz se reflejó de golpe en su interior partiéndose en miles de hilos color plata que iluminaron toda la habitación, de pronto Dupound comprendió que aquella recámara había sido diseñada para resaltar aquel precioso objeto que tras ser descubierto irradiaba, con la luz que caía sobre él, toda la cámara como si amplificase la luz. Aquel objeto era tan hermoso que las lágrimas cundieron por el rostro del Dupound, nunca había visto nada tan bello en su vida y la emoción le hacía nudos la garganta.

La lluvia arreció, cayó a caudales con furia y los rayos estremecían a los escuderos en la caballeriza, pero Dupound se sentía cada vez más fuerte, ¡Cumpliría su misión! y aquel precioso objeto lo ayudaría, con él no podía fallar. Sus tres días de rezo terminaron, alzó bruscamente la cabeza hacía la imagen del Cristo crucificado, se persigno, alzó rápidamente la mano, que detenía la espada sobre la que había estado reposando durante tres días, y cortó de un solo tajo la enorme capa de diez metros hasta la altura de sus tobillos, salió de prisa con el yelmo en la mano y gritó -¡Ensillen mi caballo!, nos vamos- La lluvia arreció tremendamente como si tributara al brío de aquel caballero que a todo galope se dirigía hacia su destino, su propia perdición y tal vez la de su alma, pero con el coraje y la fe de un guerrero cristiano y portando secretamente aquella reliquia marchó a galope con las esperanzas de la humanidad.

No hay comentarios: